Estas navidades cerré el año sacando trece uvas de una latita, eran pequeñas y doradas como la promesa de lo que está por venir pero la señal me dejó una inquietud bien conocida, ya que en se momento había muchas cosas que estaban a punto de todo, de estallar por los aires o de transformarse en otra realidad bien diferente. Sin embargo acepté el reto y pintando una sonrisa nada convincente en la cara engullí los trece frutos saludando al año nuevo. Al día siguiente busqué en Google la simbología del número trece y encontré el nombre de Matías, el décimo tercer apóstol, un nombre que suena a horas simples y viento amable.
Ahora me encuentro en el mes de junio y ya he perdido para siempre algunas cosas irremplazables, pero cada vez que me envuelve la angustia invoco el nombre de Matías con los ojos cerrados del que confía y me balanceo por los días con las manos en los bolsillos y por la noche me acurruco en la oscuridad infinita como la niña que un día fui, con la certeza de que mamá aguarda al otro lado de la puerta, y espero, espero a que todo pase.
https://youtu.be/JACm1KML_8o?feature=shared