Hay quien se desnuda con urgencia despojándose de las ropas con antipatía, arrojando el vestido al mismo infierno para remplazar cuanto antes un disfraz duro por otro más amable, y hay quien lo hace con la lentitud de una caída, expulsando por la cabeza y los pies al personaje rendido, apartando el cansancio atroz que se ha adherido a las prendas ya desfiguradas.
Tú te descubres con el hedonismo proclive de un desvalido, deteniéndote en cada esquina en cada minuto de nata, atendiendo a tu propio espectáculo con la necesidad de indagar el minuto lento y mientras tanto me desnudas a mí con la mirada quieta, con el silencio fiero, con los ojos furtivos del que sabe mirar cuando el otro baja la guardia…